Cuando alguien nos dice: "no tengo tiempo" lo que en realidad quiere de decir es: “Tengo cosas que considero más importantes
que atender”, sin embargo, no se plantea así de directo.
Recuerdo
una ocasión en la que pedí audiencia con una autoridad importante de gobierno.
Su secretaria me indicó que no podría atenderme, debido a un sinnúmero de
compromisos inherentes a su cargo.
—Me tomó por weon —me dije— y en enseguida le insistí con un ¿y después…? Haciéndome el weon, a propósito esta vez.
—Es que tiene toda la agenda ocupada... —me dijo—
—Ahhhhh... —murmuré comprensivo— y luego de pensar un momento, le propuse con aire esperanzado: ¿y si le compro, yo mismo, una agenda nueva?
¿Me podrá anotar una reunión? ¡Quedaría yo de los primeros! —le recalqué
alegre—, por cierto, una vez que atienda a todos los de la agenda actual, ¡no
antes! —Aclaré de antemano—
—No, si no es eso —replicó—, argumentándome nuevamente que era difícil, puesto que era una
persona sumamente ocupada y tenía varias semanas ocupadas, con agenda ocupada.
—Pero... ¿Y después? —re insistí— Yo
tengo tiempo. Incluso si él no tiene tiempo nunca en los cuatro años que durará
en el cargo, me puede agendar con quien que lo suceda, ¡Él o ella, de seguro
todavía no tiene ninguna reunión agendada, ¡Ahí sí que quedo de los primeros!
—Concluí—, mientras fingía una sonrisa para dar por cerrado el impedimento.
Debo
reconocer que a estas alturas el disfrute mío era excepcional, pues es evidente
que me divertía haciéndole zancadillas lógicas a esta señora. ¡Que me perdone
dios! (y su secretaria...)
—Como le dije caballero, don Rodrigo es un hombre
muy ocupado y sería difícil que lo pueda atender, tiene cosas súper importantes
para estos días —rezongó— exculpándose
con sonsonete infantil.
—Entiendo
—comente resignado—. El
debe tener asuntos muy importantes que atender debido a su cargo —reflexioné en voz alta— y tras un momento, embestí de nuevo
para llevarla a otro terreno:
—Pero... ¿el hace cosas importantes, se ocupa de cosas de
relevancia, no?, —A lo que ella respondió con cierto orgullo y firmeza (sobre todo
al mencionar la palabra "jefe")
—:
—¡Por supuesto!, mi jefe es el encargado de... y está a cargo
de... le toca ver cosas como... además, el ve todo lo que tiene que ver
con... etc., etc. —; mientras se sumía en halagos y genuflexiones,
por llamar de algún modo decoroso, a esos ademanes donde las personas se
inclinan y usas profundamente la boca para alabar a un "ser" superior
jerárquico.
—Y
entonces ¿por qué no me puede atender? —pregunté—. Ud., ni siquiera sabe del
tema, ni la importancia que pudiera revestir. ¿Cómo evaluó la importancia de lo
que debo plantearle si ni siquiera conoce el tema, ni tampoco me conoce?
¿Por mi aspecto, por mi hablamiento? —Afirmé, exigiendo con la mirada—
—Ella—, con su voluntad real semiexpuesta frente
a mí, guardó silencio culpable un momento y preguntó con desgano:
—¿Y de que se trataría? ¿Cuál es el tema de la reunión? —Mientras hacia el
ademan de tomar un cuadernito para anotar—,
dejando entrever de paso, una fisura en su voluntad de secretaria-muro; fisura
que cerré a propósito para ir por más:
—Ehhh... es algo “personal" —agregué con firmeza y cierto celo—, frase que sepultó por completo la posibilidad que emergía, retornando la
señora a su carácter monolítico fabril.
—Pero es que así no le puedo ayudar pué… —afirmo con ternura de párvulo—, dejando nuevamente la
libretita en la mesa, mientras recuperaba integridad moral, tras haber delegado
parte de su culpa en mi.
—Es que no
le puedo decir, pero es importante para él —recalqué—. De hecho, a su jefe es a
quien más le conviene lo que tengo se plantearle —sancioné—
—¿A si? —Inquirió la veterana— mientras
se habría una vez más una fisura en su voluntad, esta vez, a manos de la
curiosidad y servilismo-dependiente.
—¡Por
supuesto! —le
replique—. Él es quien más me lo va a agradecer.
—Ehhhh…
Es que esta ocupadito pueh... Está con temas súper importantes esta semana —afirmó—, abandonando la formalidad, en un intento último e íntimo de
convencer a semejante porfiado.
—Aaaaaahhh! ¡Al fin entiendo! —Exclamé— ¡mi
tema no es suficientemente relevante para ocuparle tiempo y RAM a semejante
autoridad! ¡Eso era! ¿Por qué no me lo dijo así desde el principio? —Pregunté sin esperar su respuesta—. ¡Claro, eso
era!
—¡Noooo!
—me dijo—, interrumpiendo mis autocomentarios. No se trata de eso, es solo que él no tiene tiempo disponible —sentenció— restableciendo con ello la relación
formal que ameritaba esa aséptica oficina.
—Mire,
vamos a hacer lo siguiente. Si me da un momento, voy a ver si lo puede atender
ahora mismo ¿ya? Pero no le aseguro nada… —afirmó,
buscando mi aprobación— mientras se giraba para caminar hacia la
gran puerta que nos separaba de su
jefe, seguramente, sintiéndose satisfecha por brindarme “ayuda” desinteresada.
—No hay
problema —asentí condescendiente—. La
espero, tengo tiempo… —susurré— aunque nunca supe si alcanzó a escuchar
esta última frase, que se desdibujó entre mi murmullo, el sonar de sus tacos y
el chillido de la puerta, de su jefe.
Nota: para la construcción de este escrito, no fueron
sacrificadas secretarias ni autoridades públicas, puesto que el objetivo
principal del mismo, más que la exploración de la voluntad —secreta(rial)— humana, es la
exploración del uso de guiones largos y el abuso de los mismos.
Mauricio Arnoldo Cárcamo Pino